Tenía muchas ganas de subir al Peñón de Ifach y por fin pude hacerlo hace unos días. ¡Qué buena forma de terminar febrero!
Teníamos previsto subir sobre las 9:00 de la mañana pero comenzamos el ascenso dos horas más tarde de lo previsto. Para asegurarnos de que no nos diera un golpe de calor, fuimos a comprar suficiente agua de repuesto y nos proveímos de fruta y frutos secos en la mochila para que no nos fallaran las fuerzas.
El Peñón de Ifach tiene 332 metros de altura y se alza en un trozo de roca calizo sobre el Mediterráneo. ¡Mirad qué vistas desde la cima!
Para ser sincera pensaba que sería más complicado subir y me sorprendió gratamente el comprobar que se trata de una excursión en la que no se requiere una complexión atlética muy fuerte. En la subida vimos a papás con sus niños y grupitos de ancianos subiendo con una energía envidiable así que si ellos lo hacían al parecer sin mucha dificultad, ¿por qué no iba a hacer yo?.
En la subida aprovechamos para hacernos fotos, almorzar y divisar las espectaculares panorámicas de Calpe. El clima era templado, unos 22 grados agradables y soportables en un domingo soleado.
Durante el ascenso hubo un momento de contemplación en el que sólo se divisaba el mar y se escuchaba el graznido de cientos de gaviotas que volaban a nuestros pies. En ese momento pensé la suerte que tenía por estar disfrutando de esa maravillosa estampa. No me hubiera importado quedarme allí un rato, pero todavía quedaba más de una hora hasta llegar a la cima y no podíamos demorarnos.
El segundo tramo de la subida fue más angosto y empinado. A pesar de que hubieron momentos de agobio y acaloro, superamos los tramos más complicados sin dilación.
Finalmente llegamos arriba. Sentí una mezcla de emoción y orgullo por haber llegado hasta ahí.
En silencio e inspirando el aire puro que se respiraba ahí, reafirmé mi idea de qué pequeños somos en la grandiosidad de la naturaleza.
Deja un comentario